La acción del encierro, realizada por Graciela Carnevale, fue – sin proponérselo- el cierre del ciclo. El público había sido convocado a través de invitaciones y de su aviso en el diario a una nueva inauguración del Ciclo de Arte Experimental.
Salvo la artista, el crítico literario Nicolás Rosa – que colaboro en la redacción del texto del catalogo que se entrego a la salida, explicando la obra – y un fotógrafo que registro los acontecimientos, nadie sabía de que se trataba. Llegada la hora y cuando se habían reunido numerosos asistentes en el reducido local 22, Carnevale sale del mismo cierra con un candado la única puerta y se va. En el volante se repartió al finalizar la obra explicaba así su intención:
La obra consiste en preparar una sala totalmente vacía, con muros totalmente vacios, una de las paredes, de vidrio, debió ser encubierta para lograr un ambiente neutro, dispuesto a recibir la obra. En esa sala ha sido encerrado el público participante que el azar reunió en la inauguración. La puerta ha sido cerrada herméticamente. Se trata de permitir el acceso e impedir la salida. Tengo un grupo de personas prisioneras. Aquí comienza la obra y esas personas son los actores. No hay posibilidad de escape, por lo tanto el espectador se ve obligado violentamente a participar. Su reacción positiva o negativa, es siempre una participación. El final de la obra, imprevisto tanto para el espectador como para mi esta sin embargo intencionado: soportara la situación pasivamente? Un hecho imprevisible – el auxilio exterior- ¿lo sacará del encierro? O ¿se animará a proceder violentamente y romperá el vidrio?
La obra tiende a provocar, mediante un acto de agresión, la toma de conciencia por parte del espectador del poder con que la violencia se ejerce en el mundo cotidiano. A diario nos sometemos pasivamente, por medio,por connivencia , por complicidad, a todos los grados de la violencia, desde el más sutil y degradante con que se coherciona nuestro pensamiento a través de los medios de información que mediatizan contenidos falsos provistos por aquellos que los detentan, hasta el más provocante y escandalosos que se ejerce sobre la vida de un estudiante.
Esta realidad de la violencia cotidiana en que estamos sumergidos me obliga a ser agresiva, a ejercer también yo un grado de violencia – menor pero eficaz en este caso- a través de una obra. Para ello necesite antes violentarme a mí misma.
Quise que cada uno de los espectadores experimentara en el encierro, la incomodidad la ansiedad, por último la asfixia y la opresión y vivenciara un acto de violencia improvisto. Previne de antemano las reacciones, los riesgos, los peligros que esta obra podía implicar y asumí concientemente la responsabilidad de lo que esto suponía. Pienso que fue elemento importante en la concepción de la obra la consideración de los impulsos naturales reprimidos por un sistema social dirigido a crear entes pasivos, a generar la resistencia actuar, a negar, en suma, la posibilidad de cambio.
El “encierro” ya ha sido propuesto a través de la imagen verbal (literatura) y a través de la imagen visual (cine). Aquí es propuesto no ya mediatizado por un imaginario sino como una plena vivencia vital y artística a la vez. Considero que, a nivel estético materializar un acto agresivo como hecho artístico implica necesariamente este riesgo. Pero es precisamente este riesgo el que clarifica artísticamente la obra, el que le da un claro sentido de arte relegado a otros niveles de significación lo que la obra pudiera tener de experiencia psicológica o sociológica.
CICLO DE ARTE EXPERIMENTAL ROSARIO1968/ CORDOBA 1365 LOCAL 22
Durante una hora el público encerrado y el que se agolpaba afuera esperaron expectantes que pasara algo, que volviera la artista, acabara con la broma y empezara con la obra.